Cada mañana, al acercarme a la playa para mojar los pies en las primeras olas, encontraba tu mensaje en la botella. Los primeros días solo era uno, pero después empecé a contestarlos. Entonces llegaban y se iban, llegaban y se iban. Yo no podía verte, tú no podías verme, pero ambos sabíamos que estábamos al otro lado, en otra orilla, con los pies en el mismo mar.Aquella mañana me decidí y entré en la botella. Por fin el mensaje era yo. Por fin la respuesta eras tú.
Anita Dinamita. Relatos de andar por casa